martes, 7 de junio de 2011

Adela

“Y hoy que vivo enloquecido…”
Spinetta

Adela

Hubo alguna vez un hombre sentado en el borde de una cama, que siempre se sentaba a ver como respiraban sus babuchas eternamente enamoradas del tapete de pie de cama. Mientras las miraba siempre se tomaba dos sorbos de agua, el agua la tomaba de un vaso que tenía en la mesita de noche que siempre lo acompañaba por las noches; en el día esa mesita de noche no era de noche sino que se transformaba en la mesa que sostenía alegremente el tic tac de su Olivetti trabajadora. En esta verde máquina el hombre que todas las noches se sentaba a observar las babuchas enamoradas escribía sobre como las neveras son parte esencial de las familias latinoamericanas porque ayudan a conservar sus sueños frescos y listos para usarse en cualquier ocasión. También hablaba de cómo las moscas entraban a su casa atraídas por el hedor que su falta de nevera hacía con la comida que le compraba al señor de la tienda de la esquina. En las tardes, este señor que escribía en la verde Olivetti,  miraba desde la ventana de su habitación las palomitas grises con blanco y cafés que se paraban en el borde de esta, veía como el sol iba desvaneciéndose por la incesable rotación del planeta tierra, y cuando los faroles de la calle oscura en la que vivía empezaban a encenderse, abría lentamente esa ventana, se asomaba con cierta precaución y gritaba "mea culpa". Luego de esta inexplicable actuación vespertina, calentaba el tinto preparado desde las matutinas horas y cuando estaba totalmente calentado se lo tomaba con un pan comprado el día anterior en la panadería que queda en la otra esquina de la cuadra en la que vivía. Fumaba ese señor tres cigarrillos luego del tinto con pan. Pero suele ocurre que a esas horas del día la luz macilenta que deja la luz vecinal muestra otros colores no comunes y pequeños detalles que en el día solo son un engaño visual; por esto revisaba el interior de su habitación buscando alguna cosa fuera de orden u otra cosa cual nuevísima a intima reversión del espacio. Siempre encontraba el nuevo rastro del algún nuevo ratón que nuevamente entrara a ajado cuarto,  y alguna que otra tintilla derramada por la luz atravesando la ventana situada hacia el lado del ocaso hacía formas nuevas y voluptuosas  Seguía llegando la noche con ese paso intransigente de portero o cartero sin bicicleta, y no le dejaba mas remedio que prender los siempre últimos pedazos de vela apilados en el estante al lado de los libros, cosa, por cierto, peligrosa para los libros, puesto que las flamas no suelen ser muy amigas de los libros. Revisaba minuciosamente bajo la luz de estas velas ínfimas buscando nuevos rayones en los discos de Goyeneche y  de Spinetta con sus peces rabiosos, pero casi nunca encontraba nuevas imperfecciones. Daba dulce manivela al negro gramófono heredado por  concupiscencia de Adela, su tan  ex ella. Al recordar esto su ilusión lo debilitaba un día más. Leía, mientras sonaba Goyeneche, los incansables poemas de Borges apilados al lado de máquina de escribir. Lloraba sintiendo tan cerca la muerte de su Adela "mea culpa", comía otro trozo de pan. Se desvestía , se desvestía rotundamente y buscaba bajo su cama las babuchas que sorprendentemente eran sus únicas compañeras. Se las ponía, las miraba respirar eternamente enamoradas del tapete de pie de cama. Tomaba dos sorbos de agua, luego abandonaba el vaso del cual salía el agua sobre la mesa dispuesta como de noche, ya sin el atavío de la Olivetti. No existía ya mas música para el, ni cigarrillos, ni hedor de comida vieja, ni formas de humo entrevistas por la tarde. Solo quedaba ese peso de la melancolía.

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