Hube de huirle tanto a esta nauseabunda tarde, que de tanto en tanto me escaba por las rendijas de la lluvia; eso me daba cierto aire de frescor intelectual.
Pero ahora me llega por correo certificado una nota con un dibujito casi infantil: un reloj atado a una muñeca. Me sonrío, me acuesto a llorar.
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